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¿Alguna vez has sentido que no tienes permiso de fallar? ¿Que tus padres y tus profesores esperan que todo lo hagas bien a la primera sin importar qué? ¿Alguna vez te has sentido tonto por equivocarte?
Para entrar en confianza, yo voy primero: siempre he sido un tronco para bailar y como en la primaria estaba en una escuela de puras niñas, para mí era una eterna pesadilla. ¡Les encantaba hacer coreografías!, y muchas veces era obligatorio. Recuerdo que yo me hacía chiquita al fondo del salón porque nadie me quería en su grupo. Era vergonzoso.
También tengo una letra espantosa. Yo digo que es porque soy zurda, pero me daba muchísimo coraje cuando un profesor decidía revisarnos los cuadernos, porque los míos estaban sucios y eran incomprensibles. Siempre me calificaban mal por eso, aunque me supiera todo; simplemente tenía manitas torpes.
Y ni hablemos de las manualidades. Cada 10 de mayo debíamos darle un regalo a nuestra mamá hecho por nosotras mismas. Mi pobre madre tenía que fingir alegría cuando le regalaba un servilletero mal pintado o una bolsa mal cosida. Recuerdo que en una ocasión la maestra, compadecida de mí, decidió llevarse mi regalo a su casa para acabarlo ella misma. Imagínense.
Bueno, y todo eso qué, dirán. Pues que hoy en día nos enseñan que tenemos que hacer todo bien y a la primera y que, si no es así, es porque somos unos incompetentes que nunca triunfarán en la vida. Grave error. La verdad es que nadie nace sabiendo, y hay cosas para las que simplemente no somos buenos.
Los errores, así como la frustración que nos generan, son esenciales para madurar, para saber quiénes somos, reconocer nuestras limitaciones y aprender a aprender. Es decir, a caernos y a levantarnos. Por eso, no hay nada más dañino que el miedo a equivocarse.
Pongamos un ejemplo. ¿Alguna vez has intentado aprender otro idioma? Sólo si estamos dispuestos a balbucear soniditos que no entendemos ni imitamos bien, podremos aprender a hablar algo nuevo. En cambio, si nos paraliza la idea de hacerlo mal y no estamos dispuestos por nada del mundo a pararnos enfrente un salón a hacer una exposición en nuestro mal inglés (o japonés o lo que sea), entonces es bastante improbable que lo aprendamos alguna vez. En otras palabras: es fundamental atrevernos a hacerlo mal para, a partir de eso, poder mejorar.
Sin embargo, nadie nos dice eso. Por el contrario, lo más común es encontrarnos con compañeros, profesores o incluso padres que se dedican a desalentarnos, que nos hacen ver lo mal que lo hacemos o lo desubicados que estamos. Y encima el mundo nos exige muchísimo: no sólo nos tiene que ir bien en la escuela, también es importante que no parezcamos unos ñoños; tenemos que saber qué queremos estudiar saliendo de la prepa y cumplir en todos los ámbitos de nuestra vida: social, familiar, romántico… ¿Y así quieren que no fallemos?
A continuación, algunos secretos que pueden ayudarte a vivir más tranquilo, incluso si te equivocas.
Así que pierde el miedo a equivocarte y ponte a ensayar en las cosas en las que “no eres bueno”. No importa si te dicen que no tienes madera para hacerlo, si te ha ido siempre mal haciendo eso, o si no estás seguro de poder. ¿Qué es lo peor que puede pasar?
Mariana Pedroza tiene pocas certezas en la vida, pero una de ellas es que le gustan las palabras; por eso da clases, cuenta cuentos, escucha a los demás profesionalmente (es psicoanalista), lee y escribe un montón. Le gustan tanto las palabras que a veces dan ganas de ponerle un masking tape en la boca, pero qué le vamos a hacer. Desde niña fue muy ñoña y por eso le emociona escribir en este blog, porque así puede pasar todos los tips que se le ocurrieron en sus años de estudiante sobre cómo agarrarle saborcito a la escuela. Le caen muy bien los jóvenes, de hecho, cuando da clases en prepa siente que tiene más cosas en común con sus alumnos que con el resto de los profesores. En sus ratos libres es una hippie sin remedio.